domingo, 18 de marzo de 2007

Resaca de Domingo


Bib...

bip bip bip Bip...

bip bip bip Bip bip bip Bip bip bip Bip...



Estiro la mano aún sin abrir los ojos. Apago el sonido estridente de la alarma del celular (sí, es un Nokia) y vuelvo mi cuerpo hacia la pared. –Domingo 10 a.m. –me digo–.

Después de dos llamados más del celular me levanto y camino hacia la cocina. Aún con los ojos entrecerrados hallo la olleta del chocolate, a esta hora ya fría. Tomo MI pocillo amarillo con la mano derecha, el único pocillo con dueño en la casa, y deposito lo que queda del cacao del desayuno en él, con la mano izquierda. Al fondo, en el patio, escucho ladrar a Carlos.

Los demás a esta hora deben estar en misa, en aquella iglesia gigante y blanca repleta de ventanales de todos los colores. Camino hacia la sala y al pasar por la mesa del comedor recojo dos panes con la mano izquierda y camino hacia la ventana de la sala, la gran pared de cristal que da al exterior. En la pared hay una placa que le dieron a mi mamá por “Excelencia como Maestra” cuando salió del colegio en Bucaramanga. En su reflejo veo mi barba de varios días y mis ojos chupados hasta el culo. Sí, tengo sueño.

Desde la ventana veo el edificio de enfrente. El apartamento de enfrente. También un cuarto piso. La calle a esta hora demasiado soleada para mi gusto. La misma calle que anoche me parecía oscuramente acogedora a esta hora solo me obliga a fruncir el ceño y entrecerrar los ojos.

Anoche era distinta. Mientras algunos “vecinos” bebían cerveza en la tienda de la esquina, sentados en el andén, don Abraham le daba instrucciones a un tipo, algo tomado, para que sacara su carro sin herir las latas de las dos camionetas que le encerraron.

Don Abraham es de Palmira. Su pelo totalmente blanco y sus ojos verdes siempre le dieron un aire duendesco a su piel amorenada por el sol.

Mi papá era alemán y mi mamá mulata del valle. Yo fui el único blanco de toda la familia y por eso mis primos siempre me la tuvieron montada –me dijo una vez que me invitó una cerveza.

Él cuida desde hace un par de años los carros de los clientes de la cancha de tejo que queda en el edificio de al lado. Don Abraham recibió unas monedas del borracho y tocándose la gorra con la mano derecha me hizo un guiño de saludo.

Don Abraham –dije suave, como con los ojos, y seguí caminando hacia la avenida–.

“ZONA INDUSTRIAL Y RESIDENCIAL” reza en uno de los letreros que hay al comienzo de la cuadra. Una calle que de día transpira una escena de industria y de trabajo y que en la noche, una noche como hoy, exhuma su aire de camaradería animada por la música y el alcohol.

Hasta luego vecino –me dice uno de los chinches del primer piso de mi edificio (uno de los cinco hijos de la pareja del primer piso… ¿cómo los distinguen si todos son igualitos?) que compite a los penaltis con otros chaparros en la pared de una fábrica–.

Al llegar a la esquina quiero encenderme un cigarro y no encuentro el ligthell (como diría Calle 13). Un par de guitarros, músicos de tienda, llevan cigarros encendidos y me pasan candela. En mi casa no pueden enterarse que fumo. Cómo si hay dos asmáticos en la casa y un par de tíos murieron con los pulmones hechos una miseria por el tabaco. Cuando estoy a punto de terminarlo llega el abogado apago el magarro y me subo al carro.

Quiubo mijo –me dice–.

Tos qué parcerito –le respondo dándonos el abrazo de rigor–.

Toscanini ya no vive en el sector. Ahora es profesor del Externado y hoy por ser su cumpleaños nos vamos al viejo barrio a tomarnos unos tragos con los compadres del colegio.

El parque de siempre, a dos cuadras del colegio. “Picado” de baloncesto y tras dos minutos de trote... Mierda, ya no somos los de antes.

Mijo, a ver si dejamos el ajedrez y hacemos más ejercicio –dice el Gamboa que es el único que no parece asfixiado.

Él, biomédico, trota todos los días. Claro, ya es papá y todo hombre casado tiene barriga y, si no trota, no la baja…

Tras media hora de juego, pues casi todos caímos sobre nuestras rodillas transcurridos apenas diez minutos, fuimos a descansar sobre el césped de la casa de los papás Gamboa. Jan, el biomédico, tampoco vive ya aquí pero sus cuchos eran los papás del grupo, de la rosca, de los compas. Y tras lavarnos las manos y prepararnos unos sanduches fuimos al garaje de siempre a sentarnos en el suelo y recorrer todas esas calles que deambulamos siendo chinches… En cada cerveza venía un recuerdo, como si caminásemos por ellos empujados por cada birra…

La primera nos ubicó en el salón: Mi puesto siempre contra la pared de atrás, para poder recostarse, cómodo, para no dormirse en clase y aun más cómodo para dormirse. Solano, que era ancho de espalda, siempre delante de mí, junto a JJ cubriéndome, para poder sacar los libros durante el examen. Y Gamboa y Toscanini en la línea siguiente cerrando, cual infantería, el centro de operaciones. Bueno, también era porque ese par era medio esbozo de nerd…! Luego de jugar baloncesto y fútbol en salón, luego de las peleas con pepas de eucalipto en el patio con los del otro curso, luego de usar a la mitad de los alumnos del salón para borrar con ellos el pizarrón, luego de escabullirnos por los pasillos y saltar al primer piso por la columna central saltamos por la pared trasera y nos tomamos nuestras primeras cervezas donde Mamá Dora. (Salud!). Casi todos los días jugamos micro a la salida. Algunos viernes nos dimos trompadas atrás del Carulla. (Salud!). Cuando los papás Solano fueron al llano nosotros fuimos a su casa y dimos vueltas en su carro por toda Ciudad Salitre. (Salud!). Cada cerveza un camino recorrido, un viaje, un sueño, un amigo perdido. Un callejón del primer cigarro, un perder la virginidad en la fiesta del colegio femenino, el preuniversitario, el parque, las guitarras y el tocar el Himno del colegio en Black Metal. El matrimonio de Jan en la iglesia de los cristales de Colores. Cada casa, cada calle, hasta cada aldaba tenía su historia en cada una de las cervezas que se destapaban.

A las tres de la mañana el silencio del cansancio obligó a la partida. Toscanini se quedó donde sus papás, 6 cuadras al norte del garaje de siempre. Yo caminé las veintitantas cuadras a mi casa con Carlos, el perro de los Gamboa, dizque para que me cuidara. Quería dormir en mi cama. En el camino no hallé ningún desconocido amenazante, todos conocidos. Me encontré con el viejo que vive debajo del puente y charlamos como cinco minutos. Le dejé un cuarto de güaro que me quedó.

Al llegar la calle de mi cuadra ya estaba vacía. Mi calle que ya no es mía. Una calle que no vivo porque mis recuerdos son de una ciudad de antes. La misma calle pero ahora vacía.

Entro al apartamento tratando de no hacer ruido. Para no encender luces uso la linterna del celular. Podría ser peor donde me confundieran con un ladrón. Dejo a Carlos en el patio. Voy a la cocina y me caliento un cafecito para dormir más tranquilo. Lo sirvo con la mano izquierda en MI pocillo amarillo que tengo en mi mano derecha. Camino hasta la sala y al pasar por la mesa del comedor recojo dos panes con la mano izquierda y camino hacia la ventana de la sala; la gran pared de cristal que da al exterior. Desde la ventana veo el edificio de enfrente. El apartamento de enfrente. También un cuarto piso. Terminado mi café miro el celular. Son las tres y media. Pongo la alarma a las diez y me voy a dormir. Tengo sueño.

PT

miércoles, 14 de marzo de 2007

Sueños

– Doctor...

– Dime.

– ¿Qué son lo sueños?

– Depende de a qué tipo de sueños te refieras. Están los oníricos, los anhelos, las fantasías...

– Bueno, es cierto. Me refiero a los sueños que se generan cuando uno duerme. Hay algunas teorías sobre el cerebro que lo comparan en funcionalidad y procesos con la mecánica de un computador...

– Claro, el ordenador fue inicialmente creado basándose en ciertos procesos cerebrales...

– Pero, basado en eso, algunos han dicho que, así como el computador, el cerebro es un banco de memoria que llega a saturarse y por lo tanto necesita liberar memoria o fragmentarse. Para el caso del cerebro uno de sus mecanismos de limpieza serían los sueños, o sea que cuando uno sueña estaría reorganizando y desechando información...

– Podría ser una de tantas posibilidades. Hay otros que piensan que los sueños son premonitorios, y otros más, que son representaciones de anhelos internos y de posibles taras psíquicas...

– Sí lo sé. En momentos he pensado que son hasta las tres cosas... Pero mire que hay una cosa que a mí me afecta y es que casi nunca recuerdo mis sueños. Esto me angustia porque podría estar olvidando huellas importantes en mi memoria. Tanto no los recuerdo que a veces los confundo con las cosas reales.

¿Sabe doctor? Hay días en que mis recuerdos se confunden con fantasías y deseos. Hay días en que mis sueños son recuerdos y otros en que éstos, los sueños, se vuelven recuerdos de cosas que no existieron. Es un no saber distinguirlos. A veces los recuerdos no tienen colores y entonces los reconozco como sueños. Pero a veces estos recuerdos están cargados de adjetivos odoríficos y sensaciones táctiles y entonces no logro dilucidar cuáles son los falsos. Si yo recuerdo un olor lo siento. Si lo sueño lo recreo. Y si lo re-creo, lo recuerdo... Ahí está mi confusión. Cuando no sé si algo lo soñé o lo recuerdo...

Ayer me vi con una mujer con la cual soñé la noche anterior. Pienso ahora que talvez fue algo premonitorio. Ella es una mujer ya vieja en mi memoria, una antigua residente de mis sueños y mis anhelos. Su piel tiene ya el color antiguo de los años y sus ojos siguen siendo de un niño serio y sin tiempo.

Ayer nos encontramos por casualidad y charlamos. Allí recordamos las miradas, recreamos las caricias y revivimos las sonrisas infinitas. No recuerdo su nombre. O más bien al pensar en ella su nombre real no existe y la voz que me debiera recordarlo se desvanece.

Luego de recordar quienes fuimos y cuánto hubiéramos podido llegar a ser ella me miró a los ojos y preguntó: “¿Y si las cosas no hubiesen sido tan adversas? Y si aquello fuera... ¿Qué podrías hacer?”. Entonces mis palabras lo hicieron todo. Recorrieron geografías antiguas y sin fin. Y ella escuchaba y seguía su camino intermitente. De pronto detuvo mi cruzada de fonemas con su mirada entre displicente y cariñosa, tomo mi rostro con su mano y con voz firme dijo: “Sucederá... En ese instante verás mis ojos y sabrás que te estaré amando. Porque desde el primer día que te vi quise amarte. Y en ese instante realizaremos todos los sueños y viviremos todas las edades, juntos, desde el principio de la infancia hasta nuestra cansada vejez. Pero eso sí. Sólo será una vez. Con sueños, fantasías, aromas, encantos, sabores, perversiones, angustias y verdades. Por esa única vez seré tu novia, tu amante y tu esposa... Un anillo y un abrazo sin fin de ires y venires... Pero solo uno... por una sola vez...”.

No pude decir mucho después de eso. El vaho delicado de su aliento aún seguía recorriendo mi olfato y se confundía con el recuerdo de su mirada estática frente a mis ojos. Luego terminamos las cervezas sin muchas palabras y al despedirnos su mirada nuevamente era la del recuerdo y no la de aquella mujer cercana de hacía un par de horas, la realizable.

¿Sabe doctor? Cuándo desperté esta mañana demoré varios minutos tratando de saber si habría sido solo un sueño. Pero el aroma de su cabello aún estaba en mi pecho y la suavidad de su mano aun palpitaba entre mis dedos. ¿Y sabe doctor? Que hoy no quiero dormir porque sé que mañana el recuerdo será aun más lejano y ese encuentro parecerá más un sueño y luego, con el tiempo, un anhelo sin fundamento. Quiero que siga siendo una realidad en mi recuerdo y no una fantasía emprendida por mis torpes neuronas soñadoras. Ellas, mis neuronas, siempre insensatas y pueriles.

Doctor... ¿Usted qué opina?... ¿Doctor...? ¿Doctor...?

Mierda. Otra vez tuve el mismo sueño.

2007-03-12