En la semana pasada me vinculé a un periódico (Ex-Libris) de la Feria del Libro y tuve que escribir algunos artículos. La verdad, no me gustaron del todo. Digamos que la obligación, y la limitante de un número restringido de caracteres, hizo que me sintiera como perdido o incómodo a la hora de escribir. Además, en las primeras ediciones recortaron frases por problemas en la diagramación. En fin, ahí va la primera...
Termina “Capital Mundial del Libro” en Bogotá y la pregunta que surge es ¿cuánto efecto tuvo esta experiencia en el aumento de la población lectora?
Hoy Bogotá entrega la “llama olímpica” como “Capital Mundial del Libro” a otra ciudad capital. Y, hoy, a mí, me surge la pregunta: ¿Deja huellas esta bandera literaria?
Hace unos años charlaba con un profesor y él decía (por supuesto con otras palabras) que impulsar la lectura en un país como el nuestro era difícil:
“Tomemos un espacio común a cualquier estrato. La fila que hace cualquier colombiano que quiere obtener un trabajo de carácter legal (o que al menos lo aparente): La fila del Pasado Judicial. Como es personal y obligatorio en esa fila están colombianos de todos los estratos y niveles academicolectoescritores. Entre los cerca de dos mil ciudadanos (a vuelo de pájaro) en la fila de una mañana, cualquiera puede detener la lectura de su libro, porque así lo hice yo, y darse cuenta de cuántos más están leyendo en esa larguísima espera. Para mi sorpresa no eran más de dos”.
Ésta, evidentemente, no es una muestra estadística muy docta pero sí es una realidad palpable en cualquier ámbito. Los colombianos somos herederos de una tradición oral, más por “costumbre” que por “cultura”. Explico: somos herederos de la palabra hablada por “cultura” pero también de una conducta “no lectora” por “costumbre”.
Son varios los factores que nos traen a este fenómeno. Por una parte está la preponderancia de los medios más tecnológicos, audiovisuales y virtuales, sobre los medios físicos acostumbrados de lectura. Por otro lado está la “aparente” disminución de la disposición lectora en los estudiantes. Y, por supuesto, el eterno problema de la baja posibilidad adquisitiva de los textos en físico.
El colombiano y quizá, en términos más amplios el latinoamericano, está acostumbrado a que le cuenten los hechos, no a leerlos. La importancia dada al texto escrito por la “intelectualidad occidental” le da un carácter de legalidad y veracidad a un hecho, pero, la “costumbre” oral prima sobre la “conducta” lectora.
Hoy día sabemos que la lectura implica muchos terrenos (no sólo los informativos, formativos y artísticos) y la promoción de la lectura en nuestra sociedad es apremiante.
Al terminar este año como “Capital Mundial del Libro” hay que revisar las estadísticas nuevamente. Según un libro publicado en el 2006 “Hábitos de Lectura, Asistencia a Bibliotecas y Consumo de Libros en Colombia”, que no leí, por “costumbre” (¿o por “conducta”?), pero que vi muy bien reseñado en la internet, decía que en el año 2000 en Colombia se leían 2.4 libros per cápita al año y para el 2005 la cifra bajó dramáticamente a 1.6 libros al año por persona.
Ojalá los números hayan cambiado. El establecimiento de Bogotá como capital libris del mundo implica una responsabilidad de la cual no sé si todo lector habrá sido consciente. La evaluación no dará resultados inmediatos sino en la continuidad del análisis en un proceso similar de gran extensión. Éstos, ya los veremos.
Pablo T.
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