lunes, 25 de junio de 2007

Nuestra Violencia y Campo Elías - (Segunda Parte)

Prólogo: Efectivamente esta rama del árbol se tornó un tanto extensa, al punto de tener “prólogo”. Ésta segunda parte procede de algo que escribía hace un par de semanas respecto al caso Pozetto. El texto está dos ramas abajo. 

• Primera Parte (1a Entrega) 
En la última semana vi tres películas, nuevas para mí, que fueron creciendo en complejidad por la carga sicológica de sus temáticas. En su orden: “Cars”, “Happy feet” y “Satanás”.

Las dos primeras, por razones obvias, las pasaré por alto. Pero la que vi el martes pasado, Satanás, me parece que es de lo mejor que se ha hecho de cine en Colombia. Claro, no deja de tener sus fallas, y eso es lo primero que un criticón sin sentido como yo (al igual que la persona que me acompañó) no deja pasar por alto.

Puedo decir que los actores son muy buenos, incluso un par demasiado MUY buenos, salvo uno: el protagonista. El mexicano en cuestión tiene el perfil físico perfecto para el personaje pero su dicción (o como se llame) no me pareció apropiada para el personaje. (Bueno, no sé de séptimo arte ni tablas, pero a mí me pareció así). Cuando está callado tiene una fuerza soberbia pero cuando habla no se percibe toda la carga psicológica que lleva en sus hombros el personaje. Mierda, es un tipo buen lector y con la cabeza tostada por Vietnam y otras vainas... debería tener más fuerza. Pero bueno, pasemos a lo siguiente.

Otra cosa que no me cuadró, y aquí comienzo con lo quería hablar, es el hecho que a la película le cortaron la última escena de la vida real (no de la película): la muerte de Eliseo. El “film” dibuja muchas clases de violencia en la ciudad. Plantea diferentes focos de ésta y cómo ella misma genera cuadros psicológicos particulares que devienen en actos no-lógicos a nuestro pensamiento, o pues, a nuestra “manera de pensar”. No es “lógico” que un sacerdote golpee a un “pobre”. ¡Imaginen a San Francisco en esas! Sin embargo la retahíla del “ñero” al pedir... “ay Padre, yo sé que usted tiene, escúlquese, en serio busque, hágale...” logra templar los hilos de identidad del público con la escena, acariciando sus resquicios de impaciencia, alteración y violencia y éste (el público) siente incluso envidia por no ser cada uno de ellos el que patea al pordiosero diciendo: “¡Carajo no entiende que no tengo...!”.

Cada una de las historias logra alguna identificación con el “lector”. Obvio, la literatura, el teatro y el cine plantean reflejos de nuestra naturaleza multi-psíquica. En la película la escena de la venganza, visitando nuevamente el lugar de los hechos y el instante mismo de “impartir justicia”, nos alcanza a tocar de tal modo que por un segundo creemos que la muerte es la única manera de aligerar nuestra carga y nuestra sed de justicia-venganza. Cuando leemos a Thomas Harris y nos identificamos, por nanosegundos, con Hannibal Lecter (hablo en plural aunque realmente solo muy pocos de mis Yo’s internos se identifican con él) nos parece hasta divertido pensar que uno podría ser el Némesis de la humanidad: Yo, un científico loco. Desde un Brain (Cerebro, el amigo de Pinky) hasta un Lex Luthor. O uno realmente loco, ya un Magneto, un cualquier personaje de Tarantino, un Hannibal, un Baptiste (de El Perfume), un Jack el Destripador, un...tarse la ropa de sangre por la simple satisfacción de tener el poder en las manos... (Bueno, realmente no UNO, solo algunos, y aclaro, muy pocos, de mis Yo’s internos). Cuando esto sucede, cuando un actuar del personaje de la historia, una solución en su mente “anormal”, nos parece común y predecible; es este el momento en que nos sentimos UNO con el personaje. Logramos ese instante pasajero de “trance” entre ser humano y ser dios-demonio. Esa in-tranquilidad por cometer un pecado (término humano por concepción), ya capital (que son los más sabrosos) o mortal (que solo un par podrían ser in-humanos); ese instante de PODER, ese... “satisfice mi Eros” que tan grato nos puede llegar a parecer.

Pero... ¿qué si estos personajes se vuelven reales? Lecter es de mentiras (no-real) y por eso nos “divierte”. El proceso de paso de verdad a ficción es claro. Los personajes y actos reales de la Historia (history) son tan ajenos a nosotros que nos parecen casi irreales. La matanza de cristianos por los romanos, de no cristianos por los cruzados, de “apasionados” por la Inquisición, de Cachiporros por los Godos (e inversa), de comunes por los para(s)-contra-entre-sobre-in-humanos esos. Incluso el mismo Hitler nos parece “todo un personaje”... y al verlos en la literatura o en el cine (no mencionó el teatro porque casi nadie “vamos” a teatro) se alejan de la realidad latente y presente frente a nuestras narices. Ahora recuerdo la película sobre la “Guaca de los soldados”. No la vi pero pa’mí que debió ser una película de humor pa’burlarse del “pobre levantado” y no de una real crítica social. ¿Qué pasa cuando cosas nimias que a mí me fastidian las veo reflejadas en otros en la pantalla y comienzo a identificarme? ¿Qué sucede cuando el pro-asesino en “plano medio” limpia los cubiertos del restaurante con la servilleta, tal como YO lo hago? ¿Qué sienten ellas cuando se ven morboseadas en las curvas de otra ella deambulando por los pasillos de una plaza? ¿Qué siente UNO(a) cuando le hacen el “Paseo millonario” a un personaje tal como me lo hicieron a mí o a algún(a) amigo(a)? ¿Qué siente uno cuando ha escuchado casos de asesinatos, violaciones, torturas y demás, de personas reales, y las mismas historias están siendo revividas frente a sumercé en “segunda dimensión”? Uno dice: “Mierda, eso es de verdad. Eso pasa”.

Pero bueno, me estoy saliendo un poco y me alargaré mucho. Estas situaciones son reales. No sólo porque “Eliseo” (Campo Elías) haya existido sino porque los escenarios planteados en el texto y contexto pertenecen a una realidad que solemos olvidar. A la otra cara de nuestra ciudad y sus transeúntes. No solo somos “Estilo RCN”, Parque de la 93 y “Bogotá sin indiferencia”. Nuestros conflictos van más allá que los planteados en “Padres e Hijos” sobre con quién se casará Daniela en la próxima temporada. Es nuestra realidad, es nuestra Violencia.

Si me pusiera a hablar de violencia con un carácter erudito tendría que remitirme a “jijuentamil cuatrocientos diecisiete libros” (un par más, un par menos) y ahora me da pereza hacerlo (¡no contando que si he leído tres hojas en mi vida al respecto es mucho!). Pero sí hablaré de posibles tipos de asesinos. Esto no quiere ser un texto académico, ni mucho menos, solo es algo totalmente empírico que surge en alguna charla conmigo mismo tras unos cuantos tintos con cigarrillo Piel Roja con filtro (mierda, no saben a nada... y lo que es peor... NO huelen a “Peche”).

¿Cuántas clases de asesino podrían clasificarse? No sé. Pregúntenle eso a un sicólogo; o a un sociópata, digo, sociólogo; o a algún forense o; incluso, hasta a un antropólogo (Ups, olviden a estos últimos). Se me ocurre, por lo menos basado en el “arte” y las noticias, que se podría hablar inicialmente de dos tipos de asesinos: Los por naturaleza y los circunstanciales. Y aun esos que llamaría “por naturaleza” tendrían un génesis sicotraumático particular. Recuerdo por ejemplo a “Ce Pequeño” de “Ciudad de Dios”, que es también una película basada en hechos reales.

Pero no. En este momento comienza a contradecirse mi psique y este tipo de categorización se cae por sí sola. El camino no es ése. Vayámonos más bien por la pregunta: ¿Por qué asesinar?

El quitar la vida a otro ser genera una sensación de poder. Hay unos que “necesitan” hacerlo y otros que simplemente se “acostumbran” a hacerlo. ¿Cuáles son los peores? Ambos, obviamente. Los primeros provienen de trastornos de la testa. Donde la “impotencia socio-sico-anímica”, surgida en su continua lucha contra sus demonios internos, lo lleva a concluir (¿o liquidar?) a su violencia interna con actos extremos de violencia. Cuando golpean a alguien se están golpeando (internamente) a sí mismos. Y cuando llegan al extremo de asesinar, están matando al génesis de su “impotencia”, otra vez, ellos mismos. ¿Cuánto trauma se necesita para llegar a ello? No mucho. La receta es muy sencilla: Malparidez existencial y una vida hijueputamente jodida. Como la de todos nosotros, en algunos momentos. Ah... y acceso a los medios para hacerlo. Afortunadamente en nuestro país no existe la legalidad de tiendas de armas como las que hay en USA.

¿Cuando nos da malparidez (del verbo “me siento como un culo”) qué es lo primero que se nos ocurre? ¡Mitigar el dolor! Algunos recurren a un cigarrillo (nicotina), un tinto (cafeína), una chocolatina para sentirse querido (theobromina), una botella de alcohol, golpear un saco de arena, madrear a un taxista, o al profe de Mate1 (adrenalina). Otros patean balones, corren, escalan, tiran (en cualquiera de sus acepciones) y muchas otras cosas más con el fin de quemar las “endorfinas” autógenas (¿o autótrofas?).

Algunos tienen una tolerancia menor a la lactosa. Otros a la paciencia y su propio autocontrol. Cuando, “por naturaleza”, se sobrepasan los límites, la búsqueda es una sola: lograr el dominio, el poder; si no sobre sí, por lo menos sobre los demás. ¿Cómo mejor que con la muerte? Por eso la idea del “Club de la Pelea” me parece interesante, porque le da límites a la violencia. Sin embargo por experiencias conocidas de “clubes” similares sé que siempre hay quien salta la normatividad establecida. Y no hablo del inocente Box de la “Playita” en la Nacho.

Vuelvo a “Ce Pequeño” de “Ciudad de Dios” (Película brasilera). Él es un culicagado que nadie lo toma en cuenta por ser el menor de la gallada. Pero una vez toma un arma en su mano se siente grande, dominante, poderoso y dueño de la vida de los otros: dios. ¿Sabes qué pasa cuando le das un arma a alguien que no sabe controlar sus impulsos? Asesina niños y profesoras porque no les siguieron vendiendo más trago. Otro montado sobre su caballo dispara a la gente de una manifestación porque su cabalgata interrumpida es “mucho más importante” que lo que signifique la manifestación misma (Noticias de ésta semana).

Aquellos que cruzan la línea y no ven en ello nada “auto-reprobable” pierden el gusto a hacerlo (como quien come la misma HP pizza durante una semana). Entonces tratan de cambiarle “el sabor”: Cilindros de gas, collares bomba, iglesias minadas, sierras eléctricas...

Estos son los que más me asustan. Porque se acostumbran a hacerlo. No ven en ello algo realmente malo. Los hay desde el malandrín del barrio (como los del taxi en la película) hasta los que se creen el “salvador del pueblo” (Salvatore)... A los primeros los “reeducan” en una cárcel (si sobreviven) para salir peor del como entraron. Pero los segundos, los masivos... ¿Acaso firmar un compromiso de “Reparación” y afirmar su deseo de abandonar las armas para quedar libre a los pocos años ó meses es suficiente para alguien que se acostumbró a la muerte? No lo creo.

Los otros, los “enfermos”, al menos saben que están enfermos. Al menos a ellos les queda algo dentro que les carcome imputándoles y recriminando sus acciones. Aquí se pueden colar muchos, porque claro, no falta el gran triplegonorreahijueputamalparidodesumierda del Garavito que le echa la culpa a otros (de su pasado) de sus acciones; y que también se acostumbra a la muerte de tal forma, que su cinismo al hablar de sus actos posee la misma pasividad con que los Paras hablan actualmente de sus negocios y sus ajustes de cuentas. Con la misma tranquilidad con la cual explicarían qué se debe echar en la olla pa’hacer un buen puchero santafereño.

¿Pa’dónde voy con todo esto? No lo sé. ¿Qué nos desespera? Muchísimas cosas. ¿Cómo actuamos ante situaciones adversas? Hay muchas maneras de hacerlo. Nuestra vida, y sobre todo en un país como el nuestro, está llena de sinsabores y algunos demasiado fuertes. Como lo dije me extendí. Pero quería decir que una película como está me pone a pensar en muchas cosas.

“Ay... Es que esa película de LA VIRGEN DE LOS SICARIOS sólo muestra lo feo de Medellín... ¿qué van a pensar de nosotros en el exterior?”

“No pues... ahora pensarán que aquí todos son MULAS. No saben que más contar”.

Personalmente la “María llena eres...” me pareció mala. La de la otra “Virgen” me gustó muchísimo aun con la gran falla de la cerrada visión “Vallejista” del asunto. Pero el caso no es “qué van a pensar de nosotros en el exterior” sino ¡qué pensamos nosotros acá! Esta es una nueva experiencia del cine colombiano. ¿Quién no está mamado de películas como “Las cartas del gordo”, “El Carro” o vainas por el estilo? En Colombia estamos algo crudos en experiencia fílmica. No digo que no se haya hecho cine y que no se sepa de cine. Lo que digo es que la “experiencia colectiva” del cine colombiano aun está aprendiendo a caminar y hasta ahora comienza a experimentar con cosas nuevas.

Esta película busca una nueva mirada. Las escenas de “Satanás” son crudas, es cierto. Los familiares de las víctimas, con justa razón, se quejan del recuerdo reiterativo e impuesto del evento. Pero están contando una historia real. Asesinos de los que se acostumbran y de los otros. Los que matan, violan y ríen sin sentir resquemor (salvo que la muerte les apunte en medio de los ojos y se den cuenta que siguen siendo mortales, no-dioses). Y también de aquellos que llevan un caldo de reprimendas y acusaciones en su cerebro que no les deja vivir tranquilos. No solo se muestra la Bogotá oscura, sino la ciudad que nos podemos encontrar en la esquina de cualquiera de nuestras casas, en cualquiera de nuestros barrios, pueblos y países. Una ciudad que nunca se nos muestra porque ésta NO VENDE. Pero es la que vivimos y por la cual nunca salimos después de cierta hora y no recorremos ciertas calles “particulares”. Es la misma que nuestros dirigentes borran con parques espectaculares llenos de luces y centros históricos libres de indigentes.

En cuanto al protagonista... No sé. Pudo ser un man loco. Pudo ser alguien ligeramente atormentado o definitivamente tostado. Pero les aseguro que su “Cuadro clínico” pudo ser mucho más moderado que los de muchos que hoy aparecen o no-aparecen en los noticieros. Pudo ser, incluso, cualquiera de nosotros. Sé que un primo quincuagésimo de mi familia mató a un par de los de su casa. “Eso pasa hasta en las mejores familias...”.

Ah... ¡ya me acordé...! Lo que quería decir era que, para mí, a la película le faltó la última escena de la vida real (mención hecha en el cuarto párrafo de este texto). ¿Por qué? Porque la película no busca mostrar (creo) a Eliseo (Campo Elías) como una víctima sino como otra de las tantas personas que podemos hallar en esta jungla de asfalto. Esboza, muy llanamente, el comienzo y desarrollo de su mancha sicológica... pero nunca la termina (por lo menos en la película, no sé en el libro ya que aún no lo he leído).

Doña Mechas, la casera del apartamento donde yo vivía, donde también vivieron Carolina Rueda, y Adriana Diaz, y don Campo Elías, dijo: “...para mí que no lo mataron. Ese se tuvo que disparar él mismo”. La historia surge por un evento que conmocionó al país en su momento: El caso Pozetto. Y en ese “escenario” culmina la intrincada mentalidad autodestructiva del protagonista. Éste no fue un asesino de los que se acostumbran sino de los otros “enfermos”. Tuvo su génesis, su éxodo y su apocalipsis. De estos tres el más significativo para la “vida” siempre es el último, el comienzo del fin. En su momento, rodeado de sangre, disminuyendo sus municiones, enfrentado y acorralado por policías... ¿Qué pasaría por su mente...?

(Domingo 24 de Junio de 2007. 1:46 am)
@PabloTorresM

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